A los veinte años, Alfredo vaticinó su propia muerte. Desde aquel día fatídico, comenzó a dejar de vivir. Las premoniciones de Alfredo habían comenzado mucho tiempo antes. La primera que Alfredo recordase ocurrió cuando tenía ocho años. Se despertó en medio de la noche, gritando muy fuerte. Su madre, Marcela, lo oyó y corrió al dormitorio del niño. –Fredi, ¿estás bien? –Mamá, mamá, ¡tu brazo! ¿Qué le pasó a tu brazo? La madre encendió la luz de la habitación, le mostró un brazo, y luego el otro. Aún viendo los dos brazos de su madre sanos y completos, Alfredo no se podía tranquilizar. –Vamos, vamos, es sólo una pesadilla. Yo me quedo contigo, te leo tu cuento preferido, y vas a ver que enseguida te duermes. Marcela comenzó a leer el cuento a su hijito con voz suave, acariciándole cada tanto la frente. Luego de media hora, el niño por fin se durmió. Volvió a su dormitorio y le relató la pesadilla a su marido, que entre sueños no la escuchó, o la oyó y luego ...
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